La vinatería Yáñez abrió sus puertas en 1953 con la idea de vender vino a granel procedente de las elaboraciones del señor Redondo que tenía viñas y elaboraba vinos en Cariñena. Durante treinta años y con la dirección del Señor Bernad la vinatería siguió comerciando en vinos locales, graneles en su mayor parte, procedentes de Cariñena, Borja y Calatayud.
En el año 1984 y tras la jubilación del señor Bernad mi padre me encarga que dirija la vinatería. Entonces tenía quince años. Durante varios años la vinatería siguió enfocada a la venta a granel, algo que no hemos abandonado nunca. Aún resulta gracioso encontrar en nuestros anaqueles una botella de Petrus, y muy cerca una garrafa de nuestro cosechero que ahora seleccionamos en Munebrega.Al poco tiempo de comenzar a dirigir la vinatería Yáñez. Hace casi treinta años, comencé a viajar para conocer y seleccionar los mejores vinos, y me congratulo al contaros que muchos de aquellos vinos desconocidos son hoy bodegas punteras y consolidadas. Aquellos viajes, conversaciones, catas, disfrutes…fueron el germen de una idea: hacer vinos a la manera francesa. Seleccionarlos solo para nosotros, ponerles nuestra impronta, hacer nuestra esa canción, esa canción que solo el vino despierta en los corazones.Al principio los cosecheros fueron el paso lógico. Y en concreto los vinos de cosechero de Logroño y Peñafiel. Así nacieron los sendas trilladas de Alberite y los José Yáñez de Curiel de Duero.Los viajes y las inquietudes hicieron nacer los somontanos, Borjas, Calatayudes, Cariñenas, los riberas de duero, los riojas, los navarros, los riax baixas, los toros,los leoneses, los prioratos, los montsants, los terras alta, los jereces, los cavas. Esas inquietudes me llevaron allende nuestras fronteras y las experiencias se fueron sucediendo: Francia, Alemania, Italia… y con cada vino, con cada experiencia un poco más de conocimiento, un poco más de profundidad. El problema de ser autodidacta es que creas un sistema propio, poco encasillable y basado en tus propias experiencias, tal vez más lento, menos preciso. La ventaja es que la creatividad es el motor de ese vehiculo que te lleva por la vida y que no te importa, ni preocupa pararte a mirar el paisaje.Para hacer estos vinos he empleado y empleo mil sistemas. Siempre adaptados a la idiosincrasia de la bodega donde estamos trabajando.En unos casos dirijo el viñedo partiendo de una idea biodinámica, en otros trabajo con el ingeniero agrónomo de la bodega en conocer la zona y le pido ayuda para que me enseñe a comprender las posibilidades de los terruños y las elaboraciones clásicas que se hacen en ese espacio. En otros, diseño con el enólogo algo a futuros, empleando su experiencia y mi idea, intentando crear algo diferente, siempre algo diferente. En otras ocasiones me gusta mucho lo que ha creado el bodeguero y lo embotellamos a la manera francesa como un negociant de Burdeos…En cada sitio, en cada “donde”, busco una solución inteligente, intento comprender las posibilidades de la zona e imaginarme una solución nueva. A veces son cosas parecidas a otras que ya existen, otras veces surge algo totalmente nuevo y es entonces cuando me siento contento. Hemos logrado plasmar, convertir en algo real, una idea, un sueño.Habitualmente hacemos pocas botellas, una barrica, tal vez dos. Cuando se acaban se han acabado, y creamos otras nuevas. El movimiento es importante para nosotros, pues de otra forma caeríamos en una cierta molicie y autosatisfacción. De esta manera podemos presentar novedades que intenten emocionar a nuestros amigos y nos dejamos margen para atrevernos a acometer nuevos retos en nuevos sitios que me llamen la atención.Lo que es absolutamente cierto es que las personas que me ayudan en este proyecto, en este taller son imprescindibles. Todos los agrónomos de las bodegas, los enólogos, los encargados comerciales, los bodegueros… me enseñan , me aconsejan, me intentan disuadir cuando el riesgo es extremo ( y no lo consiguen todo sea dicho de paso). Me encanta aprender de la mano de los que más saben, me encanta el ir a seleccionar viñedos, a imaginarme lo que pueden llegar a dar. Me encanta sentarme después de vendimiar mientras seleccionamos la uvas, mientras las metemos en fudres para que fermenten, me encanta volver a casa tiznado de vino, casi un costalero semanasanteño. Me encanta también ir a seleccionar un vino a la bodega de un amigo, confiar en su criterio, catar, tal vez tocar el ensamblage para potenciar algo que me impresiona. Me encanta imaginarme cosas e intentar que lleguen a cobrar vida. Me encanta ver las caras de las personas que adquieren mis vinos y comprobar que sienten. Me encanta ver si esas imaginaciones les han contado su historia.Y esa es la historia del Taller Yáñez, un poco más abajo veréis los vinos de los que disponemos ahora y los “donde” de donde surgen, y los “quien” mis amigos y colaboradores. No sabemos donde nos llevará el futuro, y ese es un camino que deseo recorrer con todos vosotros, os invito a descubrir el alma del vino en mil sitios, mil historias diferentes