en el lejano 1990 escribia: Burdeos es , para mi, un referente muy especial. Enamorado de Ribera Duero, Jerez y Priorato, casado con Borja y Calatayud… Burdeos, Borgoña y Porto forman parte de mi alma vinatera. La primera vez que fui a Burdeos era poco menos que un mozuelo. Sus zonas y subzonas se me antojaban laberintos indistinguibles que se retorcían en abstractas explicaciones. Solo tras varios viajes, varias semanas, en sucesivos años, probando vinos de cada zona, de los diferentes elaboradores comprendí algo casi mágico : el vino en Burdeos no es una expresión solo, del terroir, es una expresión de carácter del viticultor. Sea este famoso o profano, sean sus vinos onerosos o baladís en todos hay algo del espíritu del viticultor. Si Borgoña es ,para mi, la expresión de la tierra, Burdeos es la expresión del alma del hombre.

Esa ha sido mi ilusión en estos años. Imaginarme un vino con una parte de alma bordelesa y con un carácter netamente español. Mi imaginación era la de conseguir un vino con estructura y personalidad, color profundo, intenso. Jugar con la merlot del medoc, la cabernet franc y la cabernet sauvignon. Una barrica, en este caso bordelesa, y ver que ocurría.

Para mi gusto hemos conseguido algo muy bello: almas que se complementan y llenan 206 botellas.