un trocito de una novela lllleeeena de cosas
El sol calienta mi rostro mientras simplemente espero que llegue la hora. La hora de la partida. los árboles se cimbrean ligeramente, mecidos por una suave brisa que torna agradable la fuerza del padre sol , como una sonrisa torna amable la fuerza de un comentario que de otra manera hubiera sido hiriente.
Toda la vida que han conocido mis huesos se despliega ahora ante mi y al instante de desecharla la integro, la deja que ocupe sus lugares necesarios, que sirva para pagar el transito.El pago, el óbolo para Caronte al cruzar la laguna Estigia, la laguna del olvido son los recuerdos de la vida.
Preparo mi billete para entregarlo al Espíritu mientras mi vida se despliega ante mí. Ahora, rodeado de viñas, y olivos recuerdo como en mi infancia no conocía el sabor del pan, el aceite verde y aromático de las olivas; el nombre por el que se me conocía era diferente y también era diferente el hombre que ahora se sienta en la tierra.
El Espíritu, señor de nuestro linaje, conocido por múltiples nombres, dueño de este mundo y de todos los planos que aquí se superponen, escogió para mí este sendero y en todos los universos que coexisten agradezco la oportunidad de intentar ser libre.
Intentar ser libre…cuanto tiempo de mi vida he dedicado a conseguir el valor necesario, la entereza para poder pronunciar esas simples palabras.
Nací en este mundo en las islas que en Occidente se conocen como Japón de un guerrero de color ámbar y una mujer de antiguo linaje, ella murió al darme a la vida, él murió al poco en una de tantas guerras en las que los hombres se prueban a si mismos, matándose entre ellos. Pero los tiempos de la caballerosidad han muerto, la distancia que antes era la de una espada, la distancia que antes era la de la destreza y el honor ahora es solo la del técnico que mantiene un circuito o que que apreta un botón, o que lanza un misil. Los hombres no pasan penalidades, las infieren, y regresan a su casa a cenar, hacen el amor con sus parejas, ven la tele y otra vez por la mañana deciden sobre la vida de personas a un continente de distancia, un continente donde no se ha puesto todavía el sol. Desprovista del corazón la guerra tan solo es el negocio de comerciantes, de ladrones de decisiones. Al recordar descubro la amargura del niño al que le es negada la crianza a la que está destinado, al no disfrutar de las atenciones de una madre amorosa, al rudo cariño de un padre modelo. Una sonrisa asoma en mis labios, autocompasión. Tantos años de acecho sobre mis emociones y ahora casi en la partida encuentro una falla.
Rompo a reír y recuerdo
Una mano que me toma y me lleva a vivir con uno de los sirvientes de mi madre palabras amables mientras ando con pasos inseguros por el jardín del señor Kenji desbaratando con mi torpeza y curiosidad infantiles los últimos arreglos que había realizado en su espacio. Con los años llegue a amar ese jardín como una parte de mi alma y llegue a amar al señor Kenji por su dignidad serena y su antiguo conocimiento. Siempre me repetía las cosas con infinita paciencia, siempre era atento aunque, ahora lo se, era una carga de deber para él el mi existencia le obligaba a permanecer en una vida, que gustosamente hubiera dado por finalizada.
El señor Kenji asumió la tarea de enseñarme con gran honor y respeto, intentando que conociese mi herencia tradicional y también la herencia de occidente. Tramitó mi nacionalidad australiana e insistió para que aprendiese el alfabeto occidental además de los Kanjis.
Siempre comenzábamos nuestras conversaciones en el tatami,