INDICE

Agradecimientos

Prefacio

Libro uno El presente recobrando el pasado

Libro dos. El viaje al Japón

Libro tres. Volver

Resumen de capítulos

Biografía

Agradecimientos

El kendoca es un libro de agradecimiento en si mismo. No hubiera existido sin

todos aquellos que me han enseñado, todos los que se han preocupado por

ayudarme en la vida, en las escuelas a las que he asistido, en mis trabajos y

esfuerzos. A veces personas anónimas de las que no conozco ni el nombre me

influyeron con su ejemplo en un instante, otras veces grandes maestros han

compartido su corazón conmigo.

Gracias de todo corazón a Antonio Gutierrez 6º dan de kendo y 5º dan de iaido

por las miles de horas compartidas en las mañanas heladas de invierno, en las

frescas de primavera, en las noches sudorosas de verano y en las calidas de

otoño. El sentimiento del kendo, la interiorización en mi corazón nace de ese

cariño y esa paciencia. Gracias querido Antonio.

Gracias de todo corazón a Emilio Gomez 7º dan de kendo y 7º dan de iaido por

tantos años de cuidados y de desvelos para con todos nosotros. Todos los que

hemos tenido la fortuna de practicar con él en el seminario de Zaragoza hemos

disfrutado de su forma de entender, practicar, y enseñar el kendo y el iaido.

Muchas gracias Emilio sensei.

Gracias de todo corazón a los compañeros del kajuki de Zaragoza. A todos los

que han pasado por el tatami y hemos compartido clases y vivencias. Sin todos

vosotros no hubiera progresado y seguiría pegando hachazos a cualquier lado,

más o menos lo que aún hoy hago. Especialmente a Jose Gil 5º dan de kendo y

3º de iaido, siempre elegante y discreto apoyando a los nuevos practicantes, un

privilegio contar contigo. Y a nuestro querido anfitrión don Enrique Bermudo,

que nos cuida con esmero y que fue uno de los primeros practicantes y

profesores de kendo de España.

Y tantos nombres propios: Carlos Criado, Daniel, Jesús, Raul, Paola, Ana, Jose

Ramón, Jose Angel, Agustín, Fernando, Jorge, los Borque al completo, Miguel,

Diego, Ramón, Prats, los Joses , los Antonios, el viejo Segura y a todos los que

vinieron, practicaron y compartimos pupitre, lapicero y ganas, siquiera un

instante.

Y también a los maestros y amigos con los que coincidimos en seminarios y

viajes especialmente a nuestro querido Ernesto Kimura 5º dan de kendo y

décimo de discreción.

Gracias de todo corazón a todos los maestros que vienen desde Japón y se

preocupan por ayudarnos a mejorar nuestro kendo, hacerlo más bonito, más

elegante, más sentido. Especialmente a Kurasawa sensei 9º dan Hansi. Y a

Takisawa sensei 8º dan Hansi por su compromiso en la mejora del kendo

español. Y con todo el sentimiento a Yoda sensei, 8º dan Hansi por sus

atenciones, enseñanzas y consejos en Kofu y en España.

Gracias de todo corazón a nuestros maravillosos anfitriones en Japón. Takisawa

sensei y Norico-sama. A iuawo sensei y todas sus maravillosas alumnas. A

Yumiba sensei y a toda su familia maravillosa en Kagosima. A Morita sensei y

su familia. A Hyodo sensei y Aiko Suzuki por su amabilidad en Osaka. A Yoda

sensei y todos sus alumnos en Kofu.

En este viaje también hay un recuerdo para otras experiencias como mi querido

amigo y maestro Edgar Delgado Orea, Agustín de Armenteras, disciplina,

esfuerzo, constancia, amistad. Y a todos los alumnos de Armenteras.

También el trabajo con las técnicas budistas de la mano de Jose María Sanz y

con su tocayo Chema Sanz sobre el reiki. Y con el doctor Cristian Salado acerca

de la visión aural y su aplicación a la sanación. Elisa Mugica y Rosana Bellosta

con la psicología tradicional . Otros maestros no menos importantes en áreas

que me han completado y que me han ayudado muchisimo: Roberto Roldan y

Jaime Fontán en la televisión. Fernando Rivares y David Marqueta en la radio.

Francisco Javier Aguirre y Antón Castro en la cultura con mayúsculas. Enrique

Sanchez en tantos campeonatos de ajedrez. El señor Luis Irizar, Xesco Bueno y

Ferran Adriá en la cocina. Mariano García, Jose Luis Perez en el vino… Y tantas

personas. Mundos diferentes, enriquecedores.

Y el agradecimiento que siento por la reflexión y el empuje que encontré para

volver a dedicarme a escribir. Volver a escribir tras comprender la esencia de la

originalidad, de la creatividad y de la creación. Del talento, la competencia y la

vocación de la mano de los cursos de la doctora Preciada Azancot, creadora del

MAT. Gracias guapísima por existir.

Y a Alonso grande y Alonso pequeño me enseñáis todos los días.

Prefacio

Cuando era niño, no recuerdo muy bien cuando, ya sabía que quería hacer

kendo, tal vez leí algo, vi una foto... Hay a quien le gusta el fútbol, el

baloncesto o el tenis. Yo quería aprender kendo. Cuando tenía diez años me

lesioné el hombro derecho en una competición de lanzamiento de disco del

colegio donde estudiaba, una luxación de hombro. Me inmovilizaron el hombro

un mes. A lo bestia, con vendas. Inmovilización total. Era verano, el algodón de

en medio se convirtió en una lija que me quemó las junturas…La lesión nunca

curó, no hubo recuperación ni servicio postventa. Desde luego eran otros

tiempos. Después de aquello al menor movimiento ZAS¡¡¡ se salía. Nadando,

levantando la mano para saludar, durmiendo…El kendo se alejó de mi y

siempre que pasaba por delante del Kajuki, el mejor gimnasio de kendo de

España, me ponía triste. Era una gran perdida para mi.

Pasaron los años y ya con treinta y tantos después de dar la vuelta al mundo

con una mochila y volver a mi tienda de vinos lleno de experiencias, decidí

colgar unas cortinas en un lof donde vivía. Recuerdo que era julio, otra vez

verano en Zaragoza y clas¡¡¡ se me volvió a salir. Me puse un pantalón como

pude y pare un taxi, pedí un hospital y me redujeron la lesión. Después fui a

ver a un especialista en medicina deportiva: le pedí que me operase, decidí que

quería hacer kendo. La operación y la rehabilitación fueron, digamos, de todo

menos divertidas.

Tres meses después de la operación entré en el kajuki de Zaragoza y me puse

el kendogui y la hacama… Así hasta hoy. Ha pasado casi una década y cada

minuto de cada práctica ha sido maravilloso. Con el kendo he aprendido a

verme como soy, no como creo que soy, y a luchar para cambiarme a como

quiero ser. He aprendido a superar el límite que mi mente me quiere hacer

creer que existe en lo que puedo crecer, ser, lograr. He aprendido a amar sin

idolatrar. A corresponder con entusiasmo y pasión por el estudio a quienes me

enseñan cada día. He aprendido a coordinar cuerpo y espíritu, a sentir lo que

me rodea con otros ojos. He aprendido a levantarme tras la derrota y a

sentarme tras la victoria. He aprendido a leer el espíritu de mi compañero en su

expresión del kendo, a compartir una danza de alegría vital. He aprendido que

más, no es mejor. He aprendido a romper distancias, a crearlas, a pedir

disculpas, a aceptarlas. He aprendido mucho, he aprendido que cuanto más

aprendo más me percato de lo grande que es el mundo y cuan poco conozco.

He aprendido que aprender es suficiente recompensa. He aprendido que deseo

seguir aprendiendo, amando el kendo, haciendo mío lo que me enseñan

personas a quienes respeto y quiero, con personas a quienes aprecio.

Disfrutando de cada pequeño logro, de cada pequeño peldaño coronado en la

escalera sin fin que es la vida. Disfrutando sin compararme con nadie,

respetando, disfrutando del equilibrio perfecto aunque dure pequeños

segundos. Disfrutando asiendo lo inasible, disfrutando leyendo las intenciones

en un pensamiento. Disfrutando.

Un pequeño tesoro de esfuerzo y estudio, de agradecimiento y corazón.

Ciriaco Yáñez

Estudiante de kendo

Zaragoza 2010

Notas al kendoka

Este es un libro de aventuras, de ilusiones y

descubrimientos. Aparecen algunos nombres que he

empleado por el cariño cierto que les profeso, una suerte

de cameo literario. En todo lo demás, la imaginación es el

único norte de lo escrito.

El kendoka

LIBRO UNO

El presente recobrando el pasado

Presentación

Una mañana gris de un gris mes

de Noviembre, el día dos, el día después del día de difuntos. Una fecha

significativa, el recuerdo de los que se han ido, también de las ilusiones ,de las

esperanzas.

Si mirásemos atentamente entre la gente que se desplaza

por la calle de esta pequeña ciudad de provincias española

en este gris día de invierno repararíamos en una figura

cabizbaja, un mozo cariacontecido, serio, apesadumbrado.

Un hombre que se retira del campeonato donde acaba de

ser derrotado. Una pregunta le atruena, le martillea ¿Por

qué soy un perdedor? Será que soy así ¡?.

Veríamos a un hombre dejar a atrás sus sueños, tomar su

equipo, recoger su espada de bambú y encaminarse a su

casa entre el frío, entre escalofríos y agitaciones.

Si le siguiésemos como curiosos ángeles guardianes, al día

siguiente veríamos a un hombre que se gana humildemente

la vida en una oficina, llevando papeles, arreglando cosas,

cambiando bombillas. Tiene un sueño secreto : ser

campeón de kendo, pero nunca ha logrado clasificarse en

su país, España, como campeón local ni nacional lo que le

habría supuesto la invitación para participar en el

campeonato de Europa, y de allí en la selección nacional, ir

al campeonato mundial.

Una ilusión ahora perdida para siempre.

En la oficina veía a muchos jóvenes, hombres y mujeres

que tocaban el éxito financiero y profesional, mientras él les

hacía los recados, lo que aumentaba su sensación de

fracaso. Pues estudiar y practicar kendo había sido una

ilusión primero de infancia, luego de juventud, más tarde

de madurez, ahora ya entrado en la madurez ese sueño

parecía solo eso un viejo sueño. Ese hombre se llama

Alonso, Alonso Naide, su padre le puso Alonso, por Alonso

Quijano el personaje de Cervantes, siempre le decía que

era el nombre que más le había gustado, alguien que

sueña.

Cuando Alonso era niño conoció a un maestro japonés, se

llamaba Kurasawa sensei era noveno dan Hansi de kendo,

una figura legendaria y enormemente respetada. Kurasawa

sesei le impresionó profundamente por su serena dignidad.

Desde su cuerpo de niño le pareció un gigante. Le

impresionaron su elegancia, su apostura , la amable

consideración que tenía para con todo aquel que le visitaba,

especialmente las mujeres y los niños. Le conoció en

Barcelona, donde el maestro impartía un seminario de

Kendo. Uno de los primeros seminarios que se hacían en

España. Alonso fue invitado por la federación de judo y

deportes asociados junto con otros muchos niños de

diferentes provincias, para ver al sensei explicar las

esencias del kendo, el camino de la espada. La espada de

bambú, que era de bambú para no causar daños, la

armadura tradicional que permitía propinar los golpes en las

zonas asignadas, los ejercicios básicos, las katas... Alonso

recordaría siempre aquellos primeros y básicos consejos,

explicaciones, comentarios.

Acompañaba a Alonso su padre, Pedro, que era practicante

de karate. Pedro era un padre de bondadoso corazón que

vio la impresión que el kendo causó en el espíritu de su hijo

y perceptivo como era acerca del destino de los seres a

quienes amaba, se propuso ayudarle a que cumpliera su

sueño. Las circunstancias de la vida de ambos cambiaron

trágicamente y un cruel accidente de tráfico dejó a Alonso

en manos de su abuela, lo que era mucho peor que estar

solo, y sin recursos. Todavía los primeros pelos ausentes

entre sus mofletes regordetes y las ilusiones rotas aún si

haber nacido. No había soplado las velas de su novena

onomástica y todo a su alrededor se tornaba oscuro.

Recordaba las palabras de su padre y seguía atesorándolas

junto a sus ilusiones :esfuerzo, constancia, honradez,

verdad, amor, alegría. Alegría no padre, alegría no¡

pensaba.

Siguió estudiando, leyendo de todo, todo lo que caía en sus

manos, como le había enseñado su padre. Siguió

practicando kendo con el palo de una escoba , aprendiendo

lo básico, moviéndose como un robot : palo arriba- rodilla

arriba, palo abajo, rodilla abajo. Siendo autodidacta, pues

en su pequeña población, Nuevalos, un pueblecito donde le

había arrastrado su abuela en la comarca de Calatayud, un

sitio perdido de la mano de Dios, no residía ningún maestro

de Kendo y no tenía recursos para desplazarse a ningún

lado. Ni las ganas de su abuela para ayudarle. Solo viajaba

en muy contadas ocasiones, cuando el cura, don Fermín,

un buen hombre, iba a Zaragoza y le acompañaba a un

gimnasio donde su padre había entrenado y le dejaban

practicar gratuitamente. Condiciones le sobraban: agilidad,

concentración, y la técnica que había visto en videos, en

internet y algunas clases . Cuando cumplió los doce años su

abuela lo envió a Zaragoza a una escuela de oficios donde

los alumnos problemáticos también pernoctaban. Era como

los internados suizos o ingleses, pero para pobres,

menesterosos, incluseros... Durante seis años Alonso no

salió de allí, pues no tenia nada, ni su abuela se desplazó

nunca. Parecía una cárcel. Era una cárcel no muy mala,

donde sus mejores amigos eran los libros que la institución

tenía en la biblioteca. Cárcel sobre todo en los largos

veranos cuando solo estaba el conserje, Arsenio, y las altas

tapias que circundaban la institución se prolongaban hacia

las nubes. El conserje amable, que vivía allí mismo con su

familia y le daba de comer y cenar entre amistoso y dolido

al ver ese enclaustramiento.

El profesor de matemáticas don Enrique Sánchez que

también enseñaba ajedrez, pasaba horas muertas con el

niño después de las clases, acompañándolo y viendo

aquella mente rápida y certera en acción. Pronto las

partidas evolucionaron y se tornaron entretenidas, ambos

se esforzaban. A lo largo de los años jugaron muchas

muchas partidas. Si Alonso ganaba don Enrique le daba un

pastel, un caramelo, un elogio. Si perdía le tenía que leer

en voz alta a don Enrique un articulo, un capitulo de un

libro… Era divertido cuando Alonso tenía que declamar el

texto de “la dama de las camelias”, o “tres sombreros de

copa”, o “el quijote” en el silencio de taller. Una

consecuencia es que Alonso aprendió a hablar en publico y

se le quitó la vergüenza para siempre…lo que había sido

uno de los objetivos de don Enrique para con aquel niño

tan triste. Cuando Alonso se fue de la institución, don

Enrique le dio el viejo ajedrez que ambos habían

compartido, “para que te acuerdes del ajedrez Alonso, para

que no olvides a tu viejo profesor y las horas de estudio

que hemos pasado juntos. Aún en los campos de

concentración hubo amor” le dijo, mientras le envolvía en

papel de periódico atrasado cada una de las toscas figuras

labradas en madera, allí mismo en el taller de marquetería.

Fue en ese taller donde aprendió lo más básico del

mantenimiento necesario en una industria, un poco de

todo, un mucho de nada. Como le gustaba dibujar y pintar,

los profesores siempre le apartaban algunas latas de

pintura ya casi vacías, para que las estirase con disolvente

que distraían del almacén. También le dejaban enormes

paneles, muchas veces reutilizados después, para que

pintase aquellos grandes murales de tonos sombríos, donde

el púrpura, el naranja y el negro llenaban el espacio entre

casitas sobre prados, árboles frondosos, cielos abiertos.

A los dieciocho años le pusieron en la calle y por medio de

un profesor que le apreciaba, don José Luís, pudo entrar a

trabajar en una pequeña empresa de mecánica y tecnología

del agua, Aqualis, como peón de mantenimiento. El sueldo

era mínimo, pero durante un tiempo pudo dormir en las

mismas dependencias mientras se acostumbraba al ruido y

ajetreo que le rodeaba. Su abuela no se dio por enterada

de la salida al mundo del chico, tal vez solo aliviada por no

tener que aportar nada para la manutención del mozo.

Alonso no lo sabía, ella nunca hizo mención de saber de él.

Los libros siguieron siendo sus amigos, se hizo socio de la

biblioteca de Aragón y raro era el día en el que no

terminaba un libro sobre los temas más eclécticos, pues

devoraba cualquier cosa que le llamase la atención. Eso y el

kendo, el kendo, el recuerdo de su padre en aquella tarde

de Barcelona. Siempre había guardado en su corazón el

deseo de practicar, estudiar y progresar en ese arte marcial

tan caro para su corazón. Si en la institución no se lo

permitieron por extraño y peligroso, el primer día de

libertad se fue muy decidido y ante la mirada amable del

Señor Henrriques el propietario, empezó a practicar en el

mismo gimnasio donde su padre había entrenado. De esa

manera tan simple cumplió sus pequeños sueños: vivir en

un taller para poder pintar, trabajar para vivir, no depender

de su abuela, y estudiar kendo. Ese kendo que quería

expresarse entre sus manos, que surgía de su corazón, que

le hablaba desde el alma.

Un día todo desapareció, esa magia que vibraba entre sus

dedos se esfumó. Alonso se sentía vacío. Siempre había

estado seguro de que su nombre estaría entre los

campeones, al lado de los grandes.

Cuando llegó el momento de clasificarse su habilidad le

había abandonado como el rocío se evapora al sentir el sol.

Ahora muchas derrotas después, en soledad, con tres

décadas bien cumplidas, seis lustros a sus espaldas y las

ilusiones arrastradas por las tempestades de la vida, había

perdido toda esperanza.

Buenas personas, con buenas intenciones, en el almacén,

en la oficina, le habían recomendado resignarse a su

trabajo normal, a llevar una vida normal, pues al contrario

que en el fútbol, el baloncesto o el atletismo, no había

patrocinadores esperando nuevos talentos del kendo. Ni

casas deportivas, ni tan siquiera el frágil recurso de cobrar

por dar clases. Solo existía el placer del estudio compartido,

de la práctica, de encontrar los límites propios y superarlos.

Así que por fin, llevaba una vida como la de todo el mundo.

Resignado a practicar un día o dos a la semana, en una

clase agradable, tranquila. Cada vez más solo, solo

acompañado por la voz de su ser profundo. La voz que

siempre le había hablado de que tenía las condiciones para

ser un verdadero campeón por dentro y por fuera. La voz

que cada vez era más débil. La voz de su corazón, corazón

que sufría, cada vez era más lejana, la voz de su espíritu

que le instaba a persistir, cada vez era más liviana, y ya no

oía la voz de su alma extraviada entre legajos, bombillas y

recados baladíes .

Capitulo uno

la clase de la tarde

Ir a clase, cuando niños nos atormenta estar en clase, cuando mayores nos

atormenta no haber estado presentes en aquella clase, haber escuchado,

aprendido.

La mañana dejó paso a la tarde y pronto llegó la hora de la

clase.

No pensaba nada mientras hacía suburis, series de suburis

en tandas de cien, concentrado en las palabras de

kurasawa sensei escuchadas hace tanto tiempo “sube y

baja en un movimiento fluido, arriba no hay parada, las

manos suben por encima de la cabeza, la mano derecha no

cae , se mantiene , el movimiento se acelera al final y se

golpea con tenouchi, el golpe no empieza arriba y cae,

comienza abajo y está hecho antes de estar hecho”, oh,

aquellas palabras escuchadas hace tanto tiempo se repiten

ahora como un mantra en cada golpe, sube cargando el

golpe desde abajo, sube y baja…doscientos, otros

doscientos, otros doscientos. Los golpes suben y bajan con

fluidez, con elegancia, con potencia, es una meditación en

movimiento ,el golpe en si mismo, una obra de arte. El

tacto de la empuñadura, la rugosa suavidad del cuero, el

olor del bambú y el sonido del aire al separarse

violentamente arriba y abajo…las manos estiradas, no hay

rebote¡¡¡ solo fluidez y elegancia. Ahora las series en

movimiento men¡ men¡ mennnnnn ¡¡¡ el grito que señala el

golpe a la cabeza lanzándose, atento a los pies, que

coincida el golpe del pie y el de la espada. Era sentir la

ingravidez, el rebote, el golpe contundente del pie sobre la

madera.

Cada vez que hacía un buen golpe sentía que su espíritu se

elevaba, que se hacía uno con algo más grande, cada vez

que ponía todo lo que tenía en el ejercicio estaba

satisfecho, feliz, y aún en el agotamiento no se agotaba

nunca.

Llevaba dos mil suburis en plena concentración y esfuerzo y

una nueva ola de energía le atravesaba al llegar a esa cifra,

siempre era embriagador superar los propios límites.

Esa embriaguez , ese flotar se desvaneció y dejó la más

negra de las amarguras. Él se sabía bueno y solo había

fracasado:

- puedo hacer dos mil suburis -se decía- horas de práctica y

no puedo ganar el campeonato, ni siquiera puedo pasar la

primera liguilla.

No podía ser mala suerte, no podía ser solo mala suerte ¿o,

si lo era?.

Notó sobresaltado que en el centro de la mano izquierda

nacía una ampolla, era el lugar donde el extremo del sinahi

se apoyaba, el lugar que hasta hace unos meses nunca

había tenido una ampolla. –antes podía practicar al

amanecer, ir a trabajar, y acudir a la clase de la tarde hasta

las once llevado por la pasión y el entusiasmo. Había

pasado el tiempo de la juventud, y aún el tiempo de la

madurez se precipitaba al ocaso.

Se vio como se vería dentro de un rato después de la ducha

en el viejo dojo, con sus techos altísimos donde rebotaban

los kiais y su paseo de entrada, un oasis en medio de la

ciudad. Se vio de mediana estatura, entradas, el pelo ya

con ribetes plata sobre las sienes, barba sal y pimienta,

mediana curva, del miedo acumulado como una coraza en

torno a su talle. Las compañeras de la oficina no le ponían

malas caras a las invitaciones a cenar, pues era caballeroso,

atento y buen amante y ellas mismas le hacían

propaganda entre sus amigas. Pero un vacío siempre había

existido y seguía sin llenarlo ninguna de las amigas que se

perdían en sus ojos soñadores. En el fondo de esos ojos

negros se percibía un dolor profundo que intentaba

disimular con suaves sonrisas y risas jacarandosas.

Se quitó el bogu, la armadura de protección : primero el

men , el casco con su rejilla de metal cual una celosía de

monasterio, el tenugi el pañuelo que se anuda a la cabeza

para que seque el sudor, los kotes ,los guantes rellenos de

paja que protegen las manos y los antebrazos , el do , el

precioso pectoral de bambú lacado en negro y antaño

brillante como la luna, hoy ya deslucido y desgastado por

los golpes recibidos en décadas de entrenamientos, y el

taré, la protección de la entrepierna donde se pone el

nombre en el tare name. El sinahi, la espada de bambú que

se debe cuidar y repasar para evitar lesiones con las

astillas y cuyo tsuru al ser tañido suena inequívocamente a

oriente, a las geisas de guinza, a viejos dolores nunca

olvidados.

En seiza estuvo meditando unos instantes dejando que toda

la negatividad se desprendiese de él al ritmo de la vieja

oración en su mente. La oración que su padre le había

enseñado con dos o tres años y que siempre le había

acompañado

-Señor Dios te ruego me ayudes a ser un buen ser humano,

a enamorarme de la vida, a ser honesto, a poner el corazón

en todo lo que hago, a tratar a todo el mundo con

honestidad y amor, a defender lo bueno y a denunciar lo

malo. A querer crecer y asumir lo que hago mal y

cambiarlo.

Anudó la armadura dejándola en el armero junto a las de

los compañeros. Un joven golpeó inadvertidamente su

espada y la hizo caer. El Joven se disculpaba mientras

recogía el sinahi y lo dejaba en el armero con una

indisimulada mirada de admiración sobre Alonso, pues

aunque este no podía comprender el porqué , muchos

admiraban la pasión y la entrega que ponía en cada clase.

Lo que aún le hacía sentirse más desgraciado, como si

hubiera extraviado el billete de tren que habría de llevarlo a

algún sitio especial pero nadie más que él mismo lo

supiese. Un estafador aún no descubierto, un expendedor

de cheques sin fondos. Siempre el temor de que su

autentico yo, el del fracaso, la mentira, surgiera y todos lo

pudiesen ver en su auténtica expresión.

Debajo de la ducha seguía pensando en todo y en nada,

repasaba las encrucijadas y las decisiones deseoso de

encontrar el donde se equivocó, el que, el como, el porque,

el cuando, el para que hizo lo que hizo. Para que hacer esa

promesa al fracaso que había sido su vida?

Se vistió suavemente como si se pusiera el disfraz con el

que relacionarse con el mundo, aquí quedaban, colgadas

para que se secasen del sudor de la derrota, las ropas

especiales: el kendogui antaño azul añil, la parte de arriba

y la hacama, la falda pantalón que hace muchísimo perdió

la líneas de los pliegues. Allí quedaban la armadura y las

espadas a buen recaudo protegidas de la vida cotidiana. Y

también una parte de su corazón se quedaba allí, una parte

que tenía miedo a que le hicieran daño, miedo a que la

lastimasen.

Al salir se encontró con el propietario del dojo el señor

Henrriques, un español descendiente del último rey del

Brasil y experto en varias artes marciales que disfrutaba

acogiendo a nuevos alumnos y haciéndoles sentir como en

casa. Sus clases siempre eran muy consideradas con los

nuevos practicantes y exigentes con los ya avanzados. Ante

la mirada triste de nuestro amigo, Henrriques solo le dijo: “

si necesitas algo, pide”

La bicicleta estaba en el poste bien sujeta por los candados

y montarse en ella fue un instante de liberación.

Capitulo segundo

la casita

que es el hogar? Un espacio seguro donde puedes ser todo lo que puedes ser.

Seis veces abajo, siete veces arriba

Seis veces abajo, siete veces arriba

Esa frase le martillea la cabeza mientras pedalea. Le agobia

sin saber de donde proviene, donde la ha escuchado

,donde la ha leído?

Seis veces abajo, siete veces arriba

-Ah¡¡¡. Es un koan, exclama Alonso a los patos del canal

que circunda el gimnasio, ahora recuerda¡

-seis veces abajo, siete veces arriba. No darse por vencido

,si caes vuelve a levantarte, si caes seis veces , levántate

siete y seguirás estando de pié. Los patos parecían no

entender algo tan importante, y Alonso se dirigió a su

modesto hogar. Era un viejo local que alquiló por muy poco

en una calle secundaria de uno de los barrios obreros de

Zaragoza, cerca del cementerio, cerca de donde había

vivido en su infancia con sus padres. El local era diáfano y

se divertía pensando que vivía en un lof de NY. En una

pared cuadros ,lienzos, puertas y demás materiales

reciclados de contenedores. Materiales en diferentes

momentos de evolución artística. Pinturas, escayolas y

cemento se amalgamaban intentando asir lo inasible. Un

ordenador blanco con buena pantalla hacia las veces de tv,

una cama pequeña en una esquina, las sabanas

pulcramente estiradas; un gran sofá blanco en el centro del

local usado como cama, como mesa, como escritorio… y

una cocina mínima adornada por los enseres de bronce

refulgente y de acero gris, completaban la distribución del

espacio.

Unos golpecitos en la puerta le sobresaltaron arrancándole

de su ensoñación, mas no era sino Adela la amable vecina y

amiga del primero que le ofrecía unos trozos de carne con

patatas, pues había hecho de más para su frugal cena.

Alegre y agradecido le hizo pasar y mientras comían y

hablaban abrieron una botella de vino que cantaba poesía

al viento. Una cosa llevó a la otra y como en la canción les

dieron las diez y las once, y toda la noche.

Capitulo tercero

El comienzo de algo nuevo

Cuando algo comienza no te das cuenta, a veces ya estás muy adelantado en la

aventura antes de percatarte que ya no duermes placidamente sino que

caminas por el tejado.

A la mañana siguiente se levantó pronto, Adela todavía

estaba dormida a su lado, la cascada de pelo rojo sobre la

almohada fuego ardiente, su piel tan blanca no se

distinguía de las sabanas. Todavía estaba la noche tiznada

de negro, todavía la tibieza no se había ido de entre las

mantas. Café recién hecho, pan pasado por la sartén frito

con aceite, azúcar grueso, queso de pasta blanda y zumo

de naranja para empezar el día con amor. Se lo dejó todo

al ladito de la cama y se fue a duchar, afeitar y ponerse la

corbatita de meritorio para combinar con el guardapolvo

que le esperaba colgado en la percha de la oficina de

mantenimiento. Un beso ligero y un roce de sus dedos

sobre el pelo de la mujer, que tal vez percibe entre sueños

el suave deseo de buenos días y bendiciones para ella entre

un ligero suspiro. El autobús, el paseo hasta la oficina, el

encargado esperando en su cubículo con las ordenes del

día: lámparas fundidas en planta una y tres, sanitarios

averiados en duchas de hombres en planta de producción,

correspondencia para repartir... La mañana se va dilatando

y a la vez diluyendo mientras hace las mil y una tareas… la

sensación de fracaso expresa la sensación de que no ha

tenido los huevos de pelear por su sueño.

Esta sensación se prolonga toda la mañana y no sabe si por

descuido o por mala suerte al cambiar una simple bombilla

unas personas que entran en la oficina le desequilibran y la

escalera cae por las escaleras, rodando en una barahúnda

de peldaños contra peldaños, de metal contra metal.

El silencio culpable de los descuidados, la amable

consideración de los enfermeros, el ulular de la ambulancia

y la ausencia de rostros preocupados en su derredor

marcan el transcurso del día. Pues en un instante, se da

cuenta de que no hay nadie a quien avisar , nadie que le

recoja en urgencias, nadie que le sostenga la mano, nadie

que le conforte.

Al salir del hospital ya la tarde se teñía de turquesa, sin

dirigir sus pasos conscientemente, terminó en la puerta de

la bocatillería de Elena. Elena, Elena, los mejores bocadillos

hechos por las manos más hermosas, el pan más tierno, las

cositas más bonitas combinadas con el encanto más sutil.

Recordó aquellas jornadas maratonianas en las que

terminado el trabajo en la empresa empezaba a servir

como camarero por horas al lado de Elena, la veía hablar

con los clientes, interesarse por sus gustos, hacerles los

bocadillos a medida, recordarlos vez tras vez, interesarse

por ellos sinceramente. La veía preparando la lista de la

compra después del servicio, y aquellas veces que tenía

nuevas combinaciones y los dos se quedaban hasta la

madrugada probando y hablando, riéndose de tonterías, de

las propinas escasas y las generosas, de los nuevos

vinos…y los besos robados entre cliente y cliente, y aquella

película, “american cuisine” has hecho el amor en una

cocina?…tantas veces al terminar el trabajo, y algunas con

los clientes al otro lado de la puerta de la cocina, gloriosas

explosiones de concupiscencia amorosa y alegre, entre pan

y pan.

Sin pretenderlo le vé. ÉL está en la puerta. ÉL, el ganador

en la carrera del amor, alegre, guapo, y muy buen chico. A

pesar de todo no le podía caer mal, pues fue el mismo

Alonso quien dejó el campo libre, quien no fue capaz de

aceptar el apoyo económico de Elena para buscar sus

sueños, entrenar en serio. Orgullo altanero, no admiración

y agradecimiento y adiós estúpido, cruel; y ahí mismo la

pregunta que desvelaba a Alonso en aquellas madrugadas

junto a ella: ¿como una mujer como esta podía querer

estar con un hombre como Alonso?. Ella sí había creído¡, si,

había soñado junto a él¡, no en el dinero, ni el triunfo sino

en sueños cumplidos. En devolver todo lo que le había sido

concedido…bocadillos sin salsa, pan duro, amor perdido.

Fracaso, autofracaso.

Paso de largo por la bocatillería esbozando un saludo al

cruzar el cartel. No supo por donde paseó esa noche. Solo

cuando el alba ya clareaba el cielo, solo cuando los

gorriones ya se habían desperezado entre las ramas de los

plataneros que bordean el canal de agua que rodea la

ciudad de Zaragoza por el oeste. Solo entonces se percató

que sus pasos le habían encaminado a su segunda casa, sin

pasar por la primera, estaba en la entrada del gimnasio. A

pocos pasos el señor Henrriques abría las puertas por si

algún despistado deseaba tomar una sauna o hacer un

poco de ejercicio antes de ir al trabajo. Además de atender

a los grupos de señoras encantadoras que se reunían a

hablar y a correr y a ejercitarse y a estar bien juntas.

itulo cuatro

CONOCIENDO A UN AMIGO

La amistad, valioso tesoro que nos aguarda , que enriquece a todos, aún a los

más ricos. Tesoro que todos pueden tener y que a nadie encela. Tesoro más

valioso cuando se nutre y crece con respeto, sutileza, justicia, dignidad,

entrega, amor y mucha alegría.

-Buenos días señor Henrriques

-Buenos días zagal, mala cara traes , quieres un café o un

té? Alba me ha acercado unas magdalenas de la tahona, te

apetecen?

-No gracias, voy a practicar un rato si no le parece mal

-Puedes practicar todo lo que quieras Alonso, ya lo sabes,

pero no tendrías que estar preparándote para ir a trabajar?

-Esta mañana estoy de baja porque ayer tuve un percance

en la oficina

-Estas de baja y entrenando? No me encaja en tu carácter

el engañar a alguien.

-Esta mañana es especial, por alguna razón mis pies me

han traído hasta aquí, y aquí me quedo, además no tengo

otro sitio donde ir. Hoy no puedo ir al trabajo.

-Me parece Alonso, que ese percance te dio fuerte en la

cabeza, más fuerte de lo que te parece.

Tira, cámbiate, practica un rato y date una ducha bien fría

y si necesitas algo pide.

-Hasta luego señor Henrriques, muchas gracias

Despacio fue subiendo las escaleras. Aquí empezaba su

ritual de entrenamiento. Cuando entraba por las puertas tal

vez encontrase a alguien a quien saludar, pero llegando las

escaleras una especie de nueva concentración le llenaba. El

pequeño ritual de descolgar el kendogui y la hakama azules

indigo ya descoloridos, la parte de arriba del vestido y la

falda pantalón que formaban parte del equipo de kendo.

Descolgarlos, ponérselas pausadamente, prestando

atención a los nudos, prestándoles atención… El ritual tuvo

el efecto deseado: tranquilizarlo, y como sucedía siempre

dejar los problemas aparte, al otro lado de las puertas. Aquí

y ahora solo existe la practica, el estudio. Recordó sin

recordarlo, al viejo amigo de su padre, solo una figura sin

rostro ni nombre, que le había regalado aquellas mismas

prendas hacía ya tres décadas. En broma o en serio le

había dicho riendo: “son grandes aunque te ensanches y

crezcas te duraran toda la vida, cuídalas”. Así parecía ser,

aún ajadas eran el último hilo que le unía a aquella época

tan feliz. Aquella vida cuando su padre estaba con él,

alegres amigos les rodeaban y nada parecía que podría salir

mal.

Al bajar ya preparado, vio a un señor de mediana edad

vestido con todo el equipo de kendo: kendogui, hacama,

tare, do, kotes y men, debajo de la mascara no distinguía

bien el rostro pero su postura, su elegancia natural

impresionaron profundamente a Alonso que tras ponerse el

equipo se dirigió al señor cortésmente.

-Hola buen día, me llamo Alonso y soy alumno del

gimnasio, permítame darle la bienvenida y si necesita que

le muestre donde está alguna cosa, o requiere alguna

explicación pues cuente conmigo.

-Buenos días, no te apures soy amigo de Henrriques. Soy

amigo hace mucho tiempo y conozco bien el espacio. Me

han dicho que algunos días venias a practicar en la

mañana, además de venir a su clase de la tarde.

-Si señor , a veces vienen compañeros, otros días practico

solo.

-Me llamo Errez de las Velas y también practico kendo, tal

vez te gustaría entrenar conmigo por las mañanas?

Y de esa manera tan sencilla cambió la vida de Alonso

Lo que más le impresionó fue la calidad del espíritu que se

transmitía de Errez. Se percibía sobre todo en el diámetro

de una esfera y si caer en tonos melodramáticos, Alonso se

lo describía así mismo como entrar en un autobús repleto.

Nadie te toca pero hay como una presión, un

amontonamiento. Pues eso era. Estar al lado de Errez era

como tener una mano sobre la cabeza. No era

desagradable, pero exigía concentración porque cuando te

despistabas y perdías la compostura te aplastaba como una

prensa de vino.

Sin más presentaciones ni zarandajas Errez sugirió y Alonso

acepto como algo natural su magisterio. En kendo no se

llevan cinturones de colores como en otras artes marciales

que indiquen el grado, sino que se percibe el nivel en mil

pequeños detalles y por supuesto en los grandes detalles.

Se percibe en lo que se hace, en como se hace, y también

en lo que no se hace.

-Te parece que empecemos con un calentamiento?

-Ok señor Errez

Mueve la sangre Alonso, a saltar¡¡¡ cuenta conmigo

Ichi, ni , san, shi, go, roku, shichi, hachi, kyū

No te oigo Alonso

Ichi, ni , san, shi, go, roku, shichi, hachi, kyū

La voz de Alonso rebotaba contra las altas paredes y volvía

aún más fuerte

Adelante y atrás

Ichi, ni , san, shi, go, roku, shichi, hachi, kyū

No se oye nada

Ahora tres veces arriba y baja hasta las cuclillas

Ichi,ni,san

Bien

Cuello en circulo

Los brazos en circulo, adelante y atrás

Es importante mover la sangre calentar un poco

Gira el torso a un lado y otro

Bien

Ichi, ni , san, shi, go, roku, shichi, hachi, kyū

Ahora deja el cuerpo sobre una rodilla…

Después del calentamiento que había ido desgranando

Errez, desde el cuello hasta los tobillos todos los músculos

se habían estirado siquiera un poco. Las explicaciones

habían ido contando a Alonso que pasaba con su cuerpo,

el para qué de esos movimientos y Alonso lo agradeció. Lo

agradeció mucho nadie había reparado en que el Alonso

solo hacía lo que había visto sin conocer el porque.

-Te parece que sigamos con una tanda de suburis?

-Ok. Como usted vea

Después de que las primeras gotas de sudor perlaran sus

frentes Errez se paró.

-No me extraña que no puedas mejorar

-Porque dice eso?, el dolor por un juicio tan severo de un

desconocido. Y un desconocido tan especial, le asalto sin

previo aviso

Errez le miraba en silencio, tal vez calculando si Alonso

podría soportar la verdad

-Verás, no lo digo por dañarte, sino por hacerte reflexionar

Tu crees que cuando un practicante de un dan alto, cuando

un campeón auténtico practica lo hace como tu?

-No sabría decirle

-Ya lo creo que si sabes. Cualquiera sabe cuando lo que

hace lo hace bien. Lo que está bien está bien y se percibe.

Te cuento, haces el movimiento correcto pero le falta

presencia

No se si piensas en tu novia en la cena o en tus

desesperanzas, pero se transmite que no estás aquí, y eso,

amigo mío, es una falta de cortesía muy grande para tus

compañeros, para los otros practicantes, `pero sobre todo

para tu corazón, para tu espíritu

-Que? como? porque?

-Voy a ir por partes, dejaré para otro día la presencia y la

voz de tu corazón y tu espíritu porque todo el mundo se va

por los cerros de Úbeda con el misticismo y es algo tan

palpable como la vida.

Ahora Alonso intenta explicarme que es un suburi y para

que sirve

-Bueno, verá es un ejercicio que consiste en tomar la

espada de bambú el sinahi con ambas manos y llevarlo

arriba y abajo mientras estás quieto o bien te desplazas

adelante y atrás

-Bastante simple. Algunas consideraciones que debes tener

cuando hagas suburis

No es un ejercicio como levantar pesas, las repeticiones son

necesarias, pero si lo haces mal seguirás haciéndolo mal

siempre. Toma bien la posición del camae, la posición de la

guardia, distribuye el peso entre ambos pies justo en el

centro y muévete adelante y detrás manteniendo la postura

sin subir ni bajar, ni el cuerpo ni el tronco, el golpe no baja

hasta el suelo, se detiene a la altura de la cabeza del

compañero, con los brazos estirados, es el golpe de men. Si

es el golpe de koté baja hasta la altura de la cintura del

compañero por debajo de donde estarían sus manos, y de

allí no pasa. Lo más importante¡ no subes los brazos en

vacío y cuando llega arriba coges fuerza y la proyectas, no,

amigo, no; coges esa fuerza desde abajo desde la guardia

desde el camae y subes como si una mano te empujara la

punta hacia abajo y subes y bajas sin parada arriba.

Cuando estás presente en cada momento adquieres fluidez,

elegancia y mucha potencia en el golpe, solo te faltará el

kiai, el grito para darle más velocidad. Y, el kiai parece que

lo quieras ahorrar. Si no vacías no te puedes llenar de

energía. Esto es como la frase biblica “ lo que tienes no te

lo podrás llevar, solo te llevarás lo que has dado”, pues eso.

Si te vacías sin miedo te llenarás con energía nueva y

limpia. No se trata de vaciarse en vacío, y desde luego

cuando estés en combate tienes que preparar, cargar,

mantener y recargar sin dar opciones al compañero.

También debes ser consciente de que no puedes cargar

mientras vas a hacer el golpe, cargar por el camino. Nada

de eso, cargas y entonces te mueves, presto a explotar.

Las explicaciones se repiten y es como un amigo que te

habla al otro lado del valle , lo intuyes pero no logras

comprender que hacer, en un momento, no sabes porqué

escuchas nítidamente lo que te dice y es como si te llegará

directamente al corazón. No hay información hay

comprensión.

-Verás Alonso, el tiempo afirma y reafirma , y hace falta

tiempo para subir la escalera del conocimiento Cada

peldaño es perfectamente reconocible y subirlo hace que

mires el mundo desde un sitio más privilegiado cada vez.

Pero cuidado¡ puedes tropezar y caer y volver a pie de la

escalera, eso es la soberbia. Pues el soberbio además

decide que la caída no tiene nada que ver con él y nada

aprende …

-Alonso, terminas o que? es casi la una.

La voz de Henrriques, resonando por encima de los gritos le

sacó de una ensoñación.

-Perdone señor Errez me tengo que ir, vendrá usted otro

día?

-Vendré todas las mañanas a primera hora todos los días

que estés solo. Te haré compañía y practicaremos hasta la

extenuación, es una promesa que te hago. Tu por tu parte

debes comprometerte a esforzarte en aprender y dejar

fuera las excusas, las tonterías y las promesas al fracaso

que hayas hecho¡

- Sin excusas señor Errez, se lo prometo.

-Muy bien Alonso. Hasta luego, nos vemos mañana.

A Alonso le impresionó la formalidad de la respuesta de

Errez pero ya había aprendido a apreciar en lo que valía esa

figura tan seria, con esa dignidad tan triste y a la vez

cariñosa. Exigente y profundo a la vez.

Tras una rápida inclinación desde la puerta saludando el

lugar de honor del dojo, el altarcito salió corriendo a las

duchas, pesaroso por demorar al buen anfitrión que es el

señor Henrriques.

-Me voy¡ perdóneme por hacerle esperar. Le lanzó al viento

con destino al señor Henrriques mientras salía corriendo

-Hasta luego Alonso¡, pardiez que muchacho, musitaba

Henrriques pensativo para si mismo. Por lo menos se le ha

quitado la cara de muerto que traía esta mañana, espero

que sea para bien.

Se decía murmurando mientras cerraba las verjas de hierro

forjado adornado con motivos románticos, lirios, narcisos y

rosas. Las verjas ya habían cumplido los dos siglos y

delimitaban la propiedad, junto a la vieja iglesia católica y

el pequeño cementerio judío. Reminiscencias de cuando el

canal delimitaba las huertas que ya eran el campo campo,

muy alejadas de la ciudad. Un pequeño oasis de tolerancia

en la crudeza de la ciudad.