Notas al kendoka
Este es un libro de aventuras, de ilusiones y
descubrimientos. Aparecen algunos nombres que he
empleado por el cariño cierto que les profeso, una suerte
de cameo literario. En todo lo demás, la imaginación es el
único norte de lo escrito.
El kendoka
LIBRO UNO
El presente recobrando el pasado
Presentación
Una mañana gris de un gris mes
de Noviembre, el día dos, el día después del día de difuntos. Una fecha
significativa, el recuerdo de los que se han ido, también de las ilusiones ,de las
esperanzas.
Si mirásemos atentamente entre la gente que se desplaza
por la calle de esta pequeña ciudad de provincias española
en este gris día de invierno repararíamos en una figura
cabizbaja, un mozo cariacontecido, serio, apesadumbrado.
Un hombre que se retira del campeonato donde acaba de
ser derrotado. Una pregunta le atruena, le martillea ¿Por
qué soy un perdedor? Será que soy así ¡?.
Veríamos a un hombre dejar a atrás sus sueños, tomar su
equipo, recoger su espada de bambú y encaminarse a su
casa entre el frío, entre escalofríos y agitaciones.
Si le siguiésemos como curiosos ángeles guardianes, al día
siguiente veríamos a un hombre que se gana humildemente
la vida en una oficina, llevando papeles, arreglando cosas,
cambiando bombillas. Tiene un sueño secreto : ser
campeón de kendo, pero nunca ha logrado clasificarse en
su país, España, como campeón local ni nacional lo que le
habría supuesto la invitación para participar en el
campeonato de Europa, y de allí en la selección nacional, ir
al campeonato mundial.
Una ilusión ahora perdida para siempre.
En la oficina veía a muchos jóvenes, hombres y mujeres
que tocaban el éxito financiero y profesional, mientras él les
hacía los recados, lo que aumentaba su sensación de
fracaso. Pues estudiar y practicar kendo había sido una
ilusión primero de infancia, luego de juventud, más tarde
de madurez, ahora ya entrado en la madurez ese sueño
parecía solo eso un viejo sueño. Ese hombre se llama
Alonso, Alonso Naide, su padre le puso Alonso, por Alonso
Quijano el personaje de Cervantes, siempre le decía que
era el nombre que más le había gustado, alguien que
sueña.
Cuando Alonso era niño conoció a un maestro japonés, se
llamaba Kurasawa sensei era noveno dan Hansi de kendo,
una figura legendaria y enormemente respetada. Kurasawa
sesei le impresionó profundamente por su serena dignidad.
Desde su cuerpo de niño le pareció un gigante. Le
impresionaron su elegancia, su apostura , la amable
consideración que tenía para con todo aquel que le visitaba,
especialmente las mujeres y los niños. Le conoció en
Barcelona, donde el maestro impartía un seminario de
Kendo. Uno de los primeros seminarios que se hacían en
España. Alonso fue invitado por la federación de judo y
deportes asociados junto con otros muchos niños de
diferentes provincias, para ver al sensei explicar las
esencias del kendo, el camino de la espada. La espada de
bambú, que era de bambú para no causar daños, la
armadura tradicional que permitía propinar los golpes en las
zonas asignadas, los ejercicios básicos, las katas... Alonso
recordaría siempre aquellos primeros y básicos consejos,
explicaciones, comentarios.
Acompañaba a Alonso su padre, Pedro, que era practicante
de karate. Pedro era un padre de bondadoso corazón que
vio la impresión que el kendo causó en el espíritu de su hijo
y perceptivo como era acerca del destino de los seres a
quienes amaba, se propuso ayudarle a que cumpliera su
sueño. Las circunstancias de la vida de ambos cambiaron
trágicamente y un cruel accidente de tráfico dejó a Alonso
en manos de su abuela, lo que era mucho peor que estar
solo, y sin recursos. Todavía los primeros pelos ausentes
entre sus mofletes regordetes y las ilusiones rotas aún si
haber nacido. No había soplado las velas de su novena
onomástica y todo a su alrededor se tornaba oscuro.
Recordaba las palabras de su padre y seguía atesorándolas
junto a sus ilusiones :esfuerzo, constancia, honradez,
verdad, amor, alegría. Alegría no padre, alegría no¡
pensaba.
Siguió estudiando, leyendo de todo, todo lo que caía en sus
manos, como le había enseñado su padre. Siguió
practicando kendo con el palo de una escoba , aprendiendo
lo básico, moviéndose como un robot : palo arriba- rodilla
arriba, palo abajo, rodilla abajo. Siendo autodidacta, pues
en su pequeña población, Nuevalos, un pueblecito donde le
había arrastrado su abuela en la comarca de Calatayud, un
sitio perdido de la mano de Dios, no residía ningún maestro
de Kendo y no tenía recursos para desplazarse a ningún
lado. Ni las ganas de su abuela para ayudarle. Solo viajaba
en muy contadas ocasiones, cuando el cura, don Fermín,
un buen hombre, iba a Zaragoza y le acompañaba a un
gimnasio donde su padre había entrenado y le dejaban
practicar gratuitamente. Condiciones le sobraban: agilidad,
concentración, y la técnica que había visto en videos, en
internet y algunas clases . Cuando cumplió los doce años su
abuela lo envió a Zaragoza a una escuela de oficios donde
los alumnos problemáticos también pernoctaban. Era como
los internados suizos o ingleses, pero para pobres,
menesterosos, incluseros... Durante seis años Alonso no
salió de allí, pues no tenia nada, ni su abuela se desplazó
nunca. Parecía una cárcel. Era una cárcel no muy mala,
donde sus mejores amigos eran los libros que la institución
tenía en la biblioteca. Cárcel sobre todo en los largos
veranos cuando solo estaba el conserje, Arsenio, y las altas
tapias que circundaban la institución se prolongaban hacia
las nubes. El conserje amable, que vivía allí mismo con su
familia y le daba de comer y cenar entre amistoso y dolido
al ver ese enclaustramiento.
El profesor de matemáticas don Enrique Sánchez que
también enseñaba ajedrez, pasaba horas muertas con el
niño después de las clases, acompañándolo y viendo
aquella mente rápida y certera en acción. Pronto las
partidas evolucionaron y se tornaron entretenidas, ambos
se esforzaban. A lo largo de los años jugaron muchas
muchas partidas. Si Alonso ganaba don Enrique le daba un
pastel, un caramelo, un elogio. Si perdía le tenía que leer
en voz alta a don Enrique un articulo, un capitulo de un
libro… Era divertido cuando Alonso tenía que declamar el
texto de “la dama de las camelias”, o “tres sombreros de
copa”, o “el quijote” en el silencio de taller. Una
consecuencia es que Alonso aprendió a hablar en publico y
se le quitó la vergüenza para siempre…lo que había sido
uno de los objetivos de don Enrique para con aquel niño
tan triste. Cuando Alonso se fue de la institución, don
Enrique le dio el viejo ajedrez que ambos habían
compartido, “para que te acuerdes del ajedrez Alonso, para
que no olvides a tu viejo profesor y las horas de estudio
que hemos pasado juntos. Aún en los campos de
concentración hubo amor” le dijo, mientras le envolvía en
papel de periódico atrasado cada una de las toscas figuras
labradas en madera, allí mismo en el taller de marquetería.
Fue en ese taller donde aprendió lo más básico del
mantenimiento necesario en una industria, un poco de
todo, un mucho de nada. Como le gustaba dibujar y pintar,
los profesores siempre le apartaban algunas latas de
pintura ya casi vacías, para que las estirase con disolvente
que distraían del almacén. También le dejaban enormes
paneles, muchas veces reutilizados después, para que
pintase aquellos grandes murales de tonos sombríos, donde
el púrpura, el naranja y el negro llenaban el espacio entre
casitas sobre prados, árboles frondosos, cielos abiertos.
A los dieciocho años le pusieron en la calle y por medio de
un profesor que le apreciaba, don José Luís, pudo entrar a
trabajar en una pequeña empresa de mecánica y tecnología
del agua, Aqualis, como peón de mantenimiento. El sueldo
era mínimo, pero durante un tiempo pudo dormir en las
mismas dependencias mientras se acostumbraba al ruido y
ajetreo que le rodeaba. Su abuela no se dio por enterada
de la salida al mundo del chico, tal vez solo aliviada por no
tener que aportar nada para la manutención del mozo.
Alonso no lo sabía, ella nunca hizo mención de saber de él.
Los libros siguieron siendo sus amigos, se hizo socio de la
biblioteca de Aragón y raro era el día en el que no
terminaba un libro sobre los temas más eclécticos, pues
devoraba cualquier cosa que le llamase la atención. Eso y el
kendo, el kendo, el recuerdo de su padre en aquella tarde
de Barcelona. Siempre había guardado en su corazón el
deseo de practicar, estudiar y progresar en ese arte marcial
tan caro para su corazón. Si en la institución no se lo
permitieron por extraño y peligroso, el primer día de
libertad se fue muy decidido y ante la mirada amable del
Señor Henrriques el propietario, empezó a practicar en el
mismo gimnasio donde su padre había entrenado. De esa
manera tan simple cumplió sus pequeños sueños: vivir en
un taller para poder pintar, trabajar para vivir, no depender
de su abuela, y estudiar kendo. Ese kendo que quería
expresarse entre sus manos, que surgía de su corazón, que
le hablaba desde el alma.
Un día todo desapareció, esa magia que vibraba entre sus
dedos se esfumó. Alonso se sentía vacío. Siempre había
estado seguro de que su nombre estaría entre los
campeones, al lado de los grandes.
Cuando llegó el momento de clasificarse su habilidad le
había abandonado como el rocío se evapora al sentir el sol.
Ahora muchas derrotas después, en soledad, con tres
décadas bien cumplidas, seis lustros a sus espaldas y las
ilusiones arrastradas por las tempestades de la vida, había
perdido toda esperanza.
Buenas personas, con buenas intenciones, en el almacén,
en la oficina, le habían recomendado resignarse a su
trabajo normal, a llevar una vida normal, pues al contrario
que en el fútbol, el baloncesto o el atletismo, no había
patrocinadores esperando nuevos talentos del kendo. Ni
casas deportivas, ni tan siquiera el frágil recurso de cobrar
por dar clases. Solo existía el placer del estudio compartido,
de la práctica, de encontrar los límites propios y superarlos.
Así que por fin, llevaba una vida como la de todo el mundo.
Resignado a practicar un día o dos a la semana, en una
clase agradable, tranquila. Cada vez más solo, solo
acompañado por la voz de su ser profundo. La voz que
siempre le había hablado de que tenía las condiciones para
ser un verdadero campeón por dentro y por fuera. La voz
que cada vez era más débil. La voz de su corazón, corazón
que sufría, cada vez era más lejana, la voz de su espíritu
que le instaba a persistir, cada vez era más liviana, y ya no
oía la voz de su alma extraviada entre legajos, bombillas y
recados baladíes .