Kyoto el sensei

Un maestro de verdad siempre quiere que le superes. No te lleva de la mano,

te acompaña. No te alza sobre los obstáculos, te enseña a superarlos. No

quiere que dependas de él, quiere que te alces sobre tus propios pies. Un

maestro de verdad no soporta que lo idolátrices, le ofende que consideres que

debe estar en un altar. Un maestro de verdad desea disfrutar de lo que ama y

compartir contigo, sin ataduras, lo mejor de su ser.

En la casita de la señora Taka estaban de limpieza, dos

jovencitas limpiaban los tatamis con sendos paños. La casa

estaba tan limpia a la luz del día que refulgía en su patina

sobria de madera oscura. Después de cambiarse de

camiseta y dejar la húmeda y la ropa que había ido usando

en los días de viaje en el cesto, Alonso cogió el equipo y se

puso a andar. No sabía los horarios, así que el reloj que

amorosamente lucía en su muñeca no le servía de mucho.

Al ir andando con la bolsa de la armadura y las espadas al

hombro se le fue despertando un hambre voraz. Un hambre

nada vegetariana y de forma casual encontró un sitio de

fideos. Un sitio modesto, ni corto ni perezoso se metió

dentro y se compró un cuenco. Estaba super caliente, así

que esperó un rato. Mientras, se animó con unas brochetas

de pollo y verduras, y otras de diferentes carnes sazonadas

con una salsa magnifica. Bebió te, aunque curiosamente le

apetecía una cerveza. Era cierto que cada país, cada

gastronomía tiene su propia cadencia Alonso lo descubrió

entre brocheta y cuenco de pasta en aquella primera

mañana de Kyoto.

El camino hasta el dojo fue bonito, caluroso y también un

poco intimidante. Llegar a un dojo extraño con un maestro

nuevo y nuevos compañeros…

Encontró el dojo sin dificultad, las grullas rodeaban la casa,

picoteando el sembrado tan verde que parecía pintado, la

casa era de madera y las vertientes del tejado daban la

bienvenida a los caminantes. Con cuidado dejó el equipo en

el suelo de madera, y esperó fuera. Las puertas estaban

abiertas aunque no había nadie.

Se quedó fuera mirando las grullas, al solecito se estaba

muy bien y el espacio era precioso, lleno de una sutil

cualidad, tal vez era la sensación de un mundo fuera del

mundo. Al cabo de un buen rato empezaron a llegar

señoras con niños, unas en coche, otra andando y las más

en bicicleta. Los niños eran de seis, siete, hasta doce o

catorce años. Las señoras fueron entrando y tomando

posiciones en el dojo. Se entraba directamente a la sala, en

una esquina había una cortina donde se cambiaban los

niños, y al cabo de un momento se dio cuenta de que

también las señoras se cambiaban. Alonso estaba deseando

cambiarse también pero decidió esperar a que Hiroshi

sensei apareciese y presentarse a él. Los niños empezaron

a calentar dirigidos por una de las señoras. Todos parecían

muy concentrados, aunque miraban de reojillo a Alonso que

estaba disfrutando de la energía que todos ponían. Los

niños eran preciosos con sus shinais, y las madres no se les

quedaban atrás.

Al cabo de un rato Hiroshi sensei bajó las escaleras, el

crujido era atronador y toda la estructura temblaba bajo su

peso. Hiroshi sensei era un dios revivido. Estaría por encima

de los dos metros y su envergadura de hombro a hombro

no bajaría del metro y medio, todo recubierto de carne y

músculos. Tenía la cabeza afeitada y el tono de piel del

hombre sano y fuerte, parecía una coraza de cuero. Bajaba

ya vestido con la hacama y el kendogui, miró a Alonso

mientras bajaba la escalera. Al llegar a su vera le saludó

konichiwa y Alonso le largó la salutación que el monje le

había repetido varias veces “Yoroshiku onegaishimasu”

osea tráteme bien por favor.

Hiroshi se sonrió ante el esfuerzo y le hizo un gesto de que

se cambiara, le inclinó la cabeza asintiendo en dirección a la

cortina y se puso a dirigir la clase.

Alonso se cambió rápidamente , y dejando su equipo salió

con el shinai. La clase era para los más pequeños y era

muy bonito ver como trabajaba Hiroshi sensei con cada uno

de ellos, Alonso repetía todos los ejercicios tal como los

hacian: suburi men, suburi doble men men, suburi menkote-men y para atrás lo mismo. Un montón de variaciones

efectuadas con precisión militar y mucho sentimiento.

Terminada esta parte del entrenamiento Hiroshi llamó a

Alonso con la mano y le puso frente a la clase, parecía que

le estaba presentando. Alonso entendió su nombre, el

nombre de España, y la sensación de que les estaba

contando que había venido de muy lejos para estudiar

kendo. Al terminar todos le saludaron y alonso se inclinó y

les dio las gracias “doomo arigatoo gozaimasu”, los niños se

rieron y eso rompió la formalidad de la clase. Todos se

pusieron por parejas y a practicar, los niños eran como

flechas de entusiasmo y decisión y no se arredraban

cuando les tocaba con las señoras ,ni con el sensei ni,por

supuesto con Alonso. Al cabo de unas dos horas a la voz

del sensei todos se pusieron en fila y dirigidos por la sempai

se quitaron el casco, el men y escucharon lo que el sensei

les estuvo contando, parecian correcciones, comentarios a

los ejercicios realizados. Alonso estaba el último de la fila

justo al lado de una niñita de unos seis años que de vez en

cuando le miraba de reojo. Al trajín de madres vistiendo a

hijos y cambiándose tras la cortina se unía el de otras

señoras con hijos que llegaban. Y tras unos minutos de

desconcierto Alonso vio repetirse todo el proceso, aunque

ahora él ya sabía que iba a pasar. Hirosi presentándole, los

ejercicios básicos y luego las técnicas, las siguientes dos

horas transcurrieron en un suspiro, y empezó a divertirse.

Ahora que ya se había relajado observaba como el sensei

cuidaba muchísimo a los niños, les exigía al limite, pero

conocía con tanta precisión ese limite, que aún les sobraba.

A cada ejercicio que hacían se les veía creer en ellos

mismos y crecer como las tomateras, decididos hacia el

sol. Alonso veía como el sensei se dosificaba con las

señoras sin hacerlas débiles, solo cuidando de ponerse a su

nivel. Y cuando a Alonso le tocaba con Hirosi sensei? Pues

indefectiblemente terminaba en el suelo, la primera vez se

sintió sorprendido y hasta vejado, tirarle al suelo delante de

tantos niños. Luego recordó al monje y se rió, a la tercera

vez que terminó con sus huesos en el suelo se dio cuenta

de que entraba desequilibrado y era presa fácil para alguien

que estuviera firme. Como Hirosi sensei era una autentica

montaña ,Alonso terminaba en el suelo. Las siguientes

rondas Alonso puso toda su atención en su postura y tuvo

como premio el no terminar en el suelo. A la voz de la

nueva sempai todos formaron en fila ,ahora su compañero

en la última posición era un niño muy travieso que no

paraba de sacarle la lengua, Alonso también se la sacó,

mientras su madre le giraba para que estuviese formal. Ya

los niños se cambiaban y se iban mientras algunas madres

se quedaban vestidas hablando en un grupo, Hirosi estaba

en un tatami un poco elevado bebiendo lo que parecía te y,

ante la sorpresa de Alonso empezaban a llegar más

señoras, algunas eran las mismas madres que habían

entrenado en la primera clase. En la clase que comenzaba

ahora, Alonso vio que solo había señoras, más jóvenes y

más maduras, Hirosi y él. La sempai era otra señora y

mientras Hirosi bebía el te y tomaba unos pastelillos que le

habían traído, la sempai dirigía el calentamiento. Era un

calentamiento rápido y enérgico y rápidamente pasó a

ordenar suburis en la misma secuencia que en las dos

clases anteriores. Luego y siempre sin dejar parar ni un

momento comenzaron las pasadas a men. Alonso perdió la

cuenta del numero y de las rotaciones, solo men. La sempai

cantaba la secuencia, todo el mundo decía hai, y venga¡

Alonso entendía bastante bien las ordenes y cuando no

miraba de reojillo a ver como los demás lo hacían. Hirosi

sensei se levantó hizo algunas correcciones y venga otra

tanda. Las señoras parecían inasequibles al desaliento, y

Alonso empezaba a estar cansado. La sempai les puso a

todos en fila y canto las ordenes para ponerse el men, la

señora que estaba a su lado le sonrió mientras se afanaban

en darse prisa. Hirosi aún sin el men estuvo explicando

cosas parecía referentes al golpe de men, manos estiradas,

precisión en el golpe, el golpe con la punta, mantener el

impacto, el zansin. Hirosi explicaba lo que fuera y luego lo

hacía sobre la sempai, Alonso estaba emocionado, se

estaba enterando¡. El ejemplo era importante, la imitación

también, “mañana le voy a hablar al monje de la imitación,

a ver que me dice” piensa Alonso. Y así prosigue la clase.

En un momento empiezan los combates y ahí Hirosi es

implacable con Alonso, le tira al suelo a la menor

oportunidad, le da golpes dobles que no llega ni a ver.

Cuando piensa que viene por un lado , le golpea por el

otro… y los empujones, los empujones de esa montaña le

mandan a freír espárragos sin pausa. En un momento

Alonso se da cuenta de que le está cogiendo miedo, que le

está intimidando y ni corto ni perezoso prepara su golpe

con todo el corazón, entra a men y con todo su empuje le

propina al sensei un topetazo que parecen dieciséis. Ante

su sorpresa Hirosi se acerca, y le dice simplemente hai,

yoshi¡, yoshi¡. Las señoras le dieron para el pelo en toda la

tanda ,le entraban por dentro, por fuera, golpes de

aproximación, venían desde lejos, se paraban, amagaban.

Eran rapidísimas y a Alonso le caían palos de todas las

maneras posibles. Cuando la clase terminó, Alonso ya no

sabía por donde amanecía. Cuando ya pensaba que todos

se retiraban porque había personas que recogían y salían

presurosas después de saludar. Vio como algunas señoras y

el mismo Hirosi, tomaban sus bokens y se disponían a

practicar katas. Alonso conocía las catas pero no las había

visto como un baile de elegancia hasta ese momento. Un

baile donde la pareja se comunica a través de la punta de

las espadas. Hirosi mostró la kata que hoy practicarían y

Alonso tuvo la sensación de que la explicaba especialmente

clara para él. Las posiciones de la espada, los pasos

arrastrando los pies , el mirar, la amplitud del golpe, la

carga del aire, la exhalación… detalles que dotaban a la

practica de cariño, emoción y contenido. Una ensalada es

una ensalada, pero cuando la adornas , haces una

vinagreta, le pones unos tropezones… es una ensalada más

bonita, que da más gusto contemplar y disfrutar. Alonso

terminó la practica y fue a saludar a Hirosi solo una

inclinación y el doomo arigatoo gozaimasu de corazón en

sus labios. Hirosi le miró y dandole una palmada capaz de

abatir un roble le dijo Tanoshikattadesu, mientras se reia y

le señalaba un sitio donde dejar su equipo, sus espadas y

donde colgar el kendogui de una lama de shinai, y la

hakama recta para que se secase. Y así fue como cambió

otra vez la vida de Alonso, como empezó a ser feliz