En aquella mesa una pareja, ni joven ni vieja, miradas de cansancio, de hastío, ni el odio ni la pasión les anima.
Ceden la comanda a la iniciativa del sumiller, quien perplejo ante la situación retrocede hasta su cubil; en él reflexiona. ¿Quien no ha pasado una amarga velada producto de pequeñas desavenencias y malos entendidos?
Restablecido su ánimo, acomete la tarea con la mejor intención, va ha procurar levantar el ánimo con la complicidad de los ingredientes mágicos: mandrágora, cilandro, alcaravea, cantárida y jengibre obrarán el hechizo. El primer paso es propiciar el diálogo con un cálido ambiente y un esmerado servicio.
Un fino de Lustau que acompaña al pequeño aperitivo, de trufa negra sobre un manto de ibérico, anuncia la aldehala; la pareja, ya puesta sobre aviso, se muestra más receptiva, los aromas desprendidos reclaman su atención.
Aprovechando la oportunidad se presenta con unas ostras "fines de claire" en ensalada de milamores con una copa de Roderer Cristal; la precepción del vinagre de limón a la miel, las ostras y la complejidad del champagne continúan la labor que comenzó la trufa.
Se cruzan miradas de complicidad y se ríen los sobreentendidos. La duda le atormenta... ¿Se arriesga? Al fin se decide y sirve unos riñones de cordero con canela, menta, jengibre y un Mauro 92.
Al volver con el postre, una mousse de vainilla con frutas tropicales y un Tokay Oremus, descubre que la pareja se ha ausentado; sobre el mantel, el importe cumplido de la cena, amén de una suculenta propina. Maravillas de la cocina erótica.
Al día siguiente volvió, esta vez con su esposa, para ver si se producía un segundo milagro