un pequeño trocito
Que maravilla de noticia¡ tenía un lugar, una persona que
se preocupaba por él y que le quería ayudar. En realidad
varias personas. Y al sentirse acompañado, cuidado,
apreciado, por primera vez en la vida, en la vida que
recordaba, al sentir todo eso y a pesar de estar solo en la
ciudad de Tokio, algo, una armadura de hielo negro se
resquebrajó, una barrera de distancia con la vida se abrió
un poquito, una frontera con las personas, una creencia
arraigada tembló. La creencia de que no le importaba a
nadie y que en el fondo de su corazón sabía que estaría
mejor muerto, la creencia de que era malo. Si no fuese el
peor su abuela no le hubiera desechado como una basura,
ni sus padres le habrían dejado. Le habrían llevado con
ellos. La creencia de que nunca encontraría el amor, ni a
quien amar, porque en cualquier momento esa persona se
daría cuenta de que estaba en brazos de alguien manchado
de alquitrán, plumas, un capirote en la cabeza, y se iría.
Todas esas creencias se tambalearon como cuando juegas
a la cucaña y yerras el golpe por muy poco. Yerras pero
sientes que el momento no tardará en llegar, los caramelos
esperan dentro de la cucaña ser compartidos.
Al volver al hotel se encontró con una nota en papel de
arroz y su traducción en caracteres japoneses. Era
simplemente tan bella como podía serlo una simple flor
“Comparar es una tontería. Cual es el baremo adecuado?
Cuando comparas, uno es mejor que otro, cuando no
comparas cada uno es lo que es, ya no existe el superior, ni
el inferior. El mundo sería más pobre sin ti, sería más pobre
sin el más humilde de los gorriones ,sería más pobre sin
una mariposa. Mushasi
El caballero Mushasi, pensó Alonso, habría visto el
membrete del hotel y le había correspondido. “Yo quiero
ser así de elegante pensó Alonso, quiero relacionarme con
la vida interesado, vital, y escuchar el ritmo del mundo”.
Estaba tan alegre que se metió en la cama más contento
que Chupillas. La idea que tenía para el día siguiente era
larga, y a la vez esperaba mucho del día. Dejó todo
recogido , la cuenta de los dos días pagada y el
despertador puesto a las tres de la mañana. Se levantaría
dejaría todo en la consigna del hotel. Iría al mercado,
volvería, cogería las cosas, y se dirigiría a la estación,
compraría un billete en el sinkansen a Kyoto y a ver al
monje. Se durmió con un nuevo brillo de felicidad en sus
ojos.
La visita al mercado de Tokio fue todo lo que Antón le
había explicado. La gente tan vital, tan hacendosa, los
pescados de todo el mundo en inmensas torres se
despiezaban con la precisión de un cirujano. Los precios
eran fijados por subasta, y los subastadores se movían con
precisión militar. Un atún rojo fue vendido con una enorme
cantidad de dinero, Alonso lo intentó calcular pero le salían
unos treinta mil euros.
-No puede ser que ese atún valga más que un mercedes.
Se decía para si. Se quedó prendado del ejemplar y lo
siguió mientras, como en una cadena de montaje y con
unos cuchillos tan largos como alfanges lo despiezaban.
Unos señores a su lado hablaban del comprador que muy
ufano se erguía satisfecho de su adquisición. Sin saber muy
bien el porque, Alonso se sintió impresionado por el efecto
de dominio que el señor ejercía sobre sus competidores.
Era difícil que perdiera una puja, y no parecía que pagase
precios exorbitados, era más bien que elegía con pulcritud y
que no se desanimaba. Alonso le siguió en la madrugada,
compartiendo la emoción de las pujas y la satisfacción de
conseguir la pieza. Le pareció que , a veces, el señor
pujaba solo para ser derrotado, para evitar la
animadversión. El señor, fornido como era, llevaba unos
cuantos mozos con carretillas y Alonso tenía curiosidad por
ver donde acababa todo esto. Cuando pensaba que lo
meterían todo en un camión, incluido el inmenso atún rojo,
los chicos arrearon calle arriba, con el señor andando
despacito conversando con algún conocido que le requería.
Alonso atrapado por toda la historia, fue detrás de los
carritos y observo que iban entrando en diferentes
restaurantes, todos muy próximos al mercado, e incluso
entre ellos. Así que se encontró en un mercado callejero,
desarrollado entre casas de madera renegridas de dos
plantas, y con algo muy sorprendente: olor, olores a
especias a pescado secos , a mariscos… Como ya
desperezaba el día Alonso se dedicó a probar de todo lo
que podía allí mismo, entre los puestos : almejones,
pescados recién sacrificados, cefalópodos, huevas secas,
encurtidos sin nombre… Al cabo del rato volvió a ver al
señor del mercado comprando entre los puestos, sendos
porteadores respetuosamente a un metro de él. Y de
nuevo Alonso le siguió, viéndole ejecutar su danza, la
danza de la selección, verduras, mariscos y algunas
preparaciones de lo que parecían encurtidos, se introducían
en sendas bolsas y desaparecían silenciosamente. Todo ello
después de interminables peroratas que tenían aspecto de
regateos jacarandosos, especialmente con las mujeres
mayores que regentaban algunos puestos. Al cabo del rato
y siempre con Alonso tras él, el señor se adentró en un
callejón , fijándose vio que varios restaurantes tenían la
misma cocina. Así que se metió en uno para ver si podía
catar de esa pieza tan increíble que le había subyugado: el
atún rojo.
Le sentaron en una barra con una cinta giratoria y ahí si
que Alonso disfrutó. El poder coger los platillos le supo a
gloria. El sushi era tan bueno, que hacia llorar de gusto. En
eso salió el señor, con un plato que puso delante de un
caballero que tenía aspecto de cliente , Alonso oyó otoro y
ni corto ni perezoso le señaló al sushiman el plato en
cuestión. El platillo era tan rico que descubría toda una
serie de sabores y sensaciones diferentes. Era como comer
jabugo y caviar a la vez : la salinidad y textura del caviar ,
la salinidad y grasa del jabugo, uf¡ Alonso no se atrevió a
pedir otro plato porque tenía pinta de valer oro molido. Al
contar los platos y decirle el precio total pensó que había
valido la pena. Todo el día le acompañó el gusto del trocito
de o´toro. El trozo justo detrás del cogote, que maravilla. El
secreto del o´toro. “Para esto sirve ser rico”, se dijo Alonso,
para poder viajar, vivir, comer y crecer en vivencias. Que
amarga la vida de los que tanto tienen y todo les falta. Y
ese sabor¡ Sin más se fue al hotel, arrambló con todos los
bártulos y a la estación.